martes, 4 de noviembre de 2008

Decidió emplear un día entero sólo a pensar en él, las 24 horas. Quería recordarle durante todos los segundos de todos los minutos de todas las horas de un día.
Comenzó a las diez de la mañana, después de desayunar. Al principio fue fácil pensar en él todos los segundos. Se ocupó de algunas tareas domésticas sin apartar su mente de él y preparó la comida con gran esfuerzo, con él en sus pensamientos todo el rato. Comer fue muy agradable, habían disfrutado juntos de incontables almuerzos y consiguió evitar la siesta recordando sus siestas.
Después se sentó en el sofá y pensó en él durante toda la tarde. Cuando su mente flaqueaba escribía su nombre en un papel y lo miraba hasta que se sentía capáz de continuar sola.
Al anochecer los pensamientos se volvieron tristes, pero no lloró porque para eso hubiera necesitado pensar en sí misma y lo que quería era pensar en él. Inesperadamente la madrugada le regaló sentimientos liberadores y al sentirse mejor le fue de nuevo difícil pensar en él todos los segundos de todos los minutos de todas las horas. Luchó con el sueño a golpe de recuerdos y voluntad y a las siete de la mañana la ducha fue también todo él.
A las diez menos cuarto se preparó para terminar la experiencia. Pensando en él se puso un pijama nuevo y pensando en él se metió en la cama. A las 10 en punto cerró los ojos y durmió.
Cuando despertó, no se acordaba de nada.

1 comentario:

El viajero espiral dijo...

Tiene mérito.

Yo cuando quiero algo, o a alguien, suelo practicar conscientemente el desapego (que tiene que ver con la independencia emocional). Me ayuda mucho a valorar lo que tengo, y a quererlo aún más, con respeto.

¿Es verdad eso de que las madres primíparas (horrible sustantivo) ven en el hijo un segundo amor (con enamoramiento y todo)? no hace falta que contestes si no quieres, son reflexiones que me vienen sobre otras amigas que han sido mamás.