En el primer dia de vacaciones de Navidad, con Carlos en el trabajo y Mónica en la guardería, me dispuse a llevar a Víctor al supuesto colmo de la felicidad navideña infantil: el Cortylandia de Goya.
Menos mal que no está lejos y que le gusta el metro a rabiar porque fue un fracaso absoluto. Víctor no tuvo el menor interés en montarse en los trenecitos ni en los tiovivos y muchísimo menos en meterse en la pista de patinaje. A los veinte minutos se quería ir. Yo tampoco tenía mucho interés en permanecer allí, rodeada de pijo-niños haciendo cola con sus padresmadresyabuelos, aburridos los primeros y nerviosos los segundostercerosycuartos.
Para colmo, mamá reincidente se encaminó con su retoño al Cortylandia ¡¡¡de Preciados!!! y mi alternativo hijo no duró ni dos minutos viendo el espectáculo de muñecos gigantes moviéndose al son de una terrible canción.
Total, una mañana perdida que me llevó a reflexionar sobre qué quieren realmente los niños y por qué les llevamos a sitios en los que no quieren estar.
El resto de la semana no fue ni "navideña" ni por supuesto consumista ¿Por qué la gente lleva a los niños a los mercadillos? Víctor sólo va una vez, a la Plaza Mayor a comprar una figurita con sus abuelos, y no le hace falta más.
Como digo, el resto de la semana nos dedicamos a levantarnos tarde y a ir a sitios divertidos como las barcas de Lago, el teleférico o la exposición de dinosaurios, que no veas si era chula. Nos lo hemos pasado bien y estoy contenta. Creo que, por este año, Víctor ha tenido unas buenas vacaciones.
jueves, 5 de enero de 2012
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