Tengo muchas ganas de llorar letras, de recuperar el blog para vaciarme los ojos al teclado y volver a sentir el placer de elegir la palabra exacta. Amo eso.
Hay muchas clases de lágrimas y querría transformarlas todas en letras, como siempre sin aspiración alguna, sólo por lo bien que me siento cuando escribo. Lágrimas tristes, lágrimas de rabia, lágrimas de incomprensión, lágrimas frustradas, lágrimas de "todo irá bien" y lágrimas de partirse de la risa y de "qué orgullosa estoy de ti".
Vaya por delante que yo lloro bastante, que me gusta llorar, que siento cómo baja la presión de mis emociones cuando lloro. Como la olla express cuando hago lentejas, igual.
¿Me sentiré mejor si lloro letras? Espero que sí. De momento, transformo solemnemente este blog en paño de lágrimas... de letras.
lunes, 27 de julio de 2015
lunes, 3 de junio de 2013
Novatos los dos
Medianoche del viernes. Frente al ventanal del salón, espero en la butaca con Víctor dormido en brazos a que empiecen los fuegos artificiales de las fiestas del pueblo. No sé si se verán bien desde casa, si no es así no le despertaré. Pesa y la manta me da calor pero ni se me ocurre moverme. Desde bebé le he hecho muchas fotos dormido, no así a Mónica. Adoro verle así.
Hoy, después de regañarle por su eterna lentitud para todo, ha vuelto a mirarme con esa desconfianza que me desarma. De repente le pierdo, miro su semblante y veo la cara y el gesto que tendrá dentro de diez o quince años y también lo enfadado que está conmigo.
Ahora le siento tan cerca, tan dormido sobre mi pecho, tan tranquilo por estar con mamá. Pienso en que cada día se encuentra con peldaños nuevos en su camino, con obstáculos que superar y dudo de si le estoy ayudando o confundiendo, de si eso que se llama educar no es sino daros por saco contínuamente.
¿No sabes, mi vida, que yo tampoco tengo ninguna garantía de acertar siempre? ¿No te das cuenta de que también estoy confusa? ¿No entiendes, hijo, que yo también estoy improvisando?
Hoy, después de regañarle por su eterna lentitud para todo, ha vuelto a mirarme con esa desconfianza que me desarma. De repente le pierdo, miro su semblante y veo la cara y el gesto que tendrá dentro de diez o quince años y también lo enfadado que está conmigo.
Ahora le siento tan cerca, tan dormido sobre mi pecho, tan tranquilo por estar con mamá. Pienso en que cada día se encuentra con peldaños nuevos en su camino, con obstáculos que superar y dudo de si le estoy ayudando o confundiendo, de si eso que se llama educar no es sino daros por saco contínuamente.
¿No sabes, mi vida, que yo tampoco tengo ninguna garantía de acertar siempre? ¿No te das cuenta de que también estoy confusa? ¿No entiendes, hijo, que yo también estoy improvisando?
jueves, 9 de mayo de 2013
No me puedo quejar pero me quejo
No, si ya sé que no me puedo quejar, que sería ofender a Dios, pero en alguna parte tiene que estar la razón por la que me siento tan mal.
No me puedo quejar de mi trabajo, docenas de periodistas en paro matarían por él. Me gusta venir a la redacción, ver a mi compañero del alma y salir a las tres y media. No me puedo quejar de mi coche, absolutamente ideal para mí. No me puedo quejar de mi casa, estupenda en espacio y distribución, en una urbanización llena de niños. No me puedo quejar de mi familia, ni de marido ni de hijos. Que guay, lo tengo todo.
Pero me quejo. Está mal visto, pero me quejo. Me quejo de que duermo poco y mal. Me quejo de que el madrugón hace que a menudo llegue a Madrid y no sepa cómo lo he hecho. Me quejo de ir todo el día de un lado para otro como pollo sin cabeza. Me quejo de la lentitud de Víctor, lo que más para comer. Me quejo de lo sucio que está mi coche a pesar de que llevo un miniaspirador en el maletero. Me quejo de verme privada de leer y de escribir. Me quejo de Carlos. Me quejo del ERE de mi empresa, del recorte de sueldo, de la reacción de casi todos mis compañeros cuando me libré del despido temporal contra todo pronóstico. Me quejo de que nunca estoy más de 15 minutos en el baño, ni para ducharme. Me quejo de no ver más de dos o tres pelis al mes, por una razón u otra. Me quejo del miedo que tengo a la carretera. Me quejo de no tejer, o hacer ganchillo, o petit point, que me encantaba. Me quejo de no tener paciencia con los niños y de sentirme culpable por ello. Me quejo de los picos de ansiedad, ya casi diarios. Me quejo de no hacer algo de ejercicio y de pesar lo que peso. Me quejo de que Mónica me despierte dos veces cada noche y de despertarme yo sola si ella duerme de un tirón. Me quejo de no enviar mensajes a la amigas a las que echo de menos. Me quejo de que después de casi un año viviendo aqui la casa siga fría, desnuda. Me quejo de la negatividad de los que me rodean, que me desgasta y me cansa. Me quejo de que escribir este post me haya costado tres días.
Y la mayor parte del tiempo sobrellevo todas estas frustraciones y algunas más pero a veces se atascan todas y me pregunto si no puedo darle al Pause. Y no, no puedo, como tampoco puedo quejarme.
No me puedo quejar de mi trabajo, docenas de periodistas en paro matarían por él. Me gusta venir a la redacción, ver a mi compañero del alma y salir a las tres y media. No me puedo quejar de mi coche, absolutamente ideal para mí. No me puedo quejar de mi casa, estupenda en espacio y distribución, en una urbanización llena de niños. No me puedo quejar de mi familia, ni de marido ni de hijos. Que guay, lo tengo todo.
Pero me quejo. Está mal visto, pero me quejo. Me quejo de que duermo poco y mal. Me quejo de que el madrugón hace que a menudo llegue a Madrid y no sepa cómo lo he hecho. Me quejo de ir todo el día de un lado para otro como pollo sin cabeza. Me quejo de la lentitud de Víctor, lo que más para comer. Me quejo de lo sucio que está mi coche a pesar de que llevo un miniaspirador en el maletero. Me quejo de verme privada de leer y de escribir. Me quejo de Carlos. Me quejo del ERE de mi empresa, del recorte de sueldo, de la reacción de casi todos mis compañeros cuando me libré del despido temporal contra todo pronóstico. Me quejo de que nunca estoy más de 15 minutos en el baño, ni para ducharme. Me quejo de no ver más de dos o tres pelis al mes, por una razón u otra. Me quejo del miedo que tengo a la carretera. Me quejo de no tejer, o hacer ganchillo, o petit point, que me encantaba. Me quejo de no tener paciencia con los niños y de sentirme culpable por ello. Me quejo de los picos de ansiedad, ya casi diarios. Me quejo de no hacer algo de ejercicio y de pesar lo que peso. Me quejo de que Mónica me despierte dos veces cada noche y de despertarme yo sola si ella duerme de un tirón. Me quejo de no enviar mensajes a la amigas a las que echo de menos. Me quejo de que después de casi un año viviendo aqui la casa siga fría, desnuda. Me quejo de la negatividad de los que me rodean, que me desgasta y me cansa. Me quejo de que escribir este post me haya costado tres días.
Y la mayor parte del tiempo sobrellevo todas estas frustraciones y algunas más pero a veces se atascan todas y me pregunto si no puedo darle al Pause. Y no, no puedo, como tampoco puedo quejarme.
martes, 16 de abril de 2013
Hasta aqui
Mira no. Hasta aqui hemos llegado con lo de los disfraces infantiles por orden del cole y guarde. En este curso escolar Mónica, con dos años, se ha disfrazado más que yo en toda mi vida.
A saber:
- Halloween. De bruja, prestado por su prima. Sin duda, el que más se ajustaba a su personalidad.
- Navidad. De angelito. Hay que no conocer a mi hija para disfrazarla de angelito pero era el tema de su clase y no hay discusión. Nos hicieron felicitaciones, calendarios grandes, calendarios pequeños, un medidor y no sé qué cosas más con una foto en la que la Moni parece estar diciendo al fotógrafo: "¿De verdad piensas que alguien se va a creer esto?"
- Carnaval. De mona, heredado de su hermano. Fué pura coincidencia. Ni le compré en su día a Víctor el disfraz pensando que años después tendría una hija a la que llamaríamos la mona no sólo por su nombre sino por su afán a estar colgada de la cadera de mamá ni le puse el nombre a la niña para calzarle el disfraz cuando cumpliera los dos años.
Pero por esto no paso. Ni foto de clase, ni integración con sus amigos ni leches. Yo a Mónica ni le compro ni le pongo un vestido de sevillana para la chupifiesta de la Feria de Abril de la guarde. Nada que ver con nosotros, con la familia ni con nada. Un vestido floreado con un poquito de volante en el bajo que acaba de prestarle su prima, un par de repollos que compraré esta tarde en un chino y a correr.
Y lo que digan en la guarde me trae al fresco, oiga
A saber:
- Halloween. De bruja, prestado por su prima. Sin duda, el que más se ajustaba a su personalidad.
- Navidad. De angelito. Hay que no conocer a mi hija para disfrazarla de angelito pero era el tema de su clase y no hay discusión. Nos hicieron felicitaciones, calendarios grandes, calendarios pequeños, un medidor y no sé qué cosas más con una foto en la que la Moni parece estar diciendo al fotógrafo: "¿De verdad piensas que alguien se va a creer esto?"
- Carnaval. De mona, heredado de su hermano. Fué pura coincidencia. Ni le compré en su día a Víctor el disfraz pensando que años después tendría una hija a la que llamaríamos la mona no sólo por su nombre sino por su afán a estar colgada de la cadera de mamá ni le puse el nombre a la niña para calzarle el disfraz cuando cumpliera los dos años.
Pero por esto no paso. Ni foto de clase, ni integración con sus amigos ni leches. Yo a Mónica ni le compro ni le pongo un vestido de sevillana para la chupifiesta de la Feria de Abril de la guarde. Nada que ver con nosotros, con la familia ni con nada. Un vestido floreado con un poquito de volante en el bajo que acaba de prestarle su prima, un par de repollos que compraré esta tarde en un chino y a correr.
Y lo que digan en la guarde me trae al fresco, oiga
lunes, 15 de abril de 2013
La primera clase de educación sexual de Víctor
- Mamá...
Ese tono, solos los dos en el coche, volviendo de pasarlo bomba en el cine, hizo que en mi interior saltaran las alarmas. No sé cómo, pero supe que la pregunta no sería de las fáciles.
- Las mamás, cuando tienen bebés ¿los tienen cuando quieren?
Y no paré el coche para comérmelo a besos porque la cuneta es muy estrecha y al volante soy muy cobarde.
- No cariño, los tienen cuando un papá y una mamá se quieren mucho
- Entonces ¿no los tienen cuando ellas quieren?
- No, sólo cuando dos papás se quieren mucho y se dan muchos besos. Luego, es cuestión de suerte, a veces se tiene uno, a veces dos, a veces tres...
Creo que se quedó conforme con la respuesta... de momento. Lo más curioso es que habíamos pasado un rato en una gran librería, yo intentando elegir una biblia para niños. Al final no compré ninguna. Después de ver "Los Croods" hacerle leer que Dios creó el mundo en una semana me parecía absurdo y sólo conseguiría confundirle.
Además, parece que por ahora sus dudas van por otro lado. Lo que me preocupa es que sólo me hace estas preguntas muy de tarde en tarde. Tengo que hablar más con él para que encuentre el momento de formulármelas
Ese tono, solos los dos en el coche, volviendo de pasarlo bomba en el cine, hizo que en mi interior saltaran las alarmas. No sé cómo, pero supe que la pregunta no sería de las fáciles.
- Las mamás, cuando tienen bebés ¿los tienen cuando quieren?
Y no paré el coche para comérmelo a besos porque la cuneta es muy estrecha y al volante soy muy cobarde.
- No cariño, los tienen cuando un papá y una mamá se quieren mucho
- Entonces ¿no los tienen cuando ellas quieren?
- No, sólo cuando dos papás se quieren mucho y se dan muchos besos. Luego, es cuestión de suerte, a veces se tiene uno, a veces dos, a veces tres...
Creo que se quedó conforme con la respuesta... de momento. Lo más curioso es que habíamos pasado un rato en una gran librería, yo intentando elegir una biblia para niños. Al final no compré ninguna. Después de ver "Los Croods" hacerle leer que Dios creó el mundo en una semana me parecía absurdo y sólo conseguiría confundirle.
Además, parece que por ahora sus dudas van por otro lado. Lo que me preocupa es que sólo me hace estas preguntas muy de tarde en tarde. Tengo que hablar más con él para que encuentre el momento de formulármelas
martes, 5 de marzo de 2013
Esto me pasa por pedir favores a un bromista
Muy gracioso, Jack, muy gracioso. Lo de dejar fuera de combate a mis dos compañeros de guardia el sábado para que alargara mi turno tres horas más y el domingo me cambiaran a la tarde tuvo pero que muuuuucha gracia. Los dos de baja y la jefa y yo a darle a la tecla.
Pero vaya, sin rencor, porque aprendí que nunca debo dejar para mañana un cine al que pueda entrar hoy (el viernes por la tarde antes de que la redacción quedara desértica) y que aún puedo deleitarme con Grissom en el sofá un sábado noche. Bueno, él no estaba en el sofá, qué mas quisiera yo.
Y sobre todo, gracias porque el domingo por la noche estabamos todos en casa ¡¡aunque yo llegara casi a las once!!!
Pero vaya, sin rencor, porque aprendí que nunca debo dejar para mañana un cine al que pueda entrar hoy (el viernes por la tarde antes de que la redacción quedara desértica) y que aún puedo deleitarme con Grissom en el sofá un sábado noche. Bueno, él no estaba en el sofá, qué mas quisiera yo.
Y sobre todo, gracias porque el domingo por la noche estabamos todos en casa ¡¡aunque yo llegara casi a las once!!!
sábado, 2 de marzo de 2013
Mami pelín inconstante
Once bolsillos tiene el bolso que me compré ayer. Once. Grandes, pequeños, exteriores, interiores, con cremallera y sin ella. Once. Pasé un rato toda emocionada mudando las cosas del viejo al nuevo, probando dónde va mejor el móvil, el tabaco, aquí los caramelos y los chicles, las gomas del pelo, las llaves, en éste voy a llevar la manzana diaria y en éste otro la agenda y la cartera. Todo bien organizado para que no se mezcle y lo encuentre a la primera.
¿Y dónde he dejado caer las mandarinas esta mañana antes de salir de casa? Pues donde la cartera, claro.
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